El mundo en que hemos crecido y vivido hasta ahora no se diferenciaba en mucho de aquel de nuestros padres y de nuestros abuelos. La política, la economía y la vida cultural de la mayor parte de nosotros gravitaban siempre alrededor de ese eje monumental que era los Estados Unidos: la Casa Blanca, Wall Street, Hollywood. Estábamos en una eterna travesía hace el mundo feliz del “American Way of Life”, con el piloto automático conectado y siempre sorteando cualquier clase de turbulencia que se presentase. No parecía haber hasta hace poco ningún posible cambio de trayectoria en nuestro viaje que, como se dijo, era el mismo al que también habían sido obligados nuestros progenitores y antepasados recientes a lo largo de más de medio siglo de historia occidental.
Pero si de pronto un viajero llegase hoy a las costas del Perú e una frágil barcaza y manifestando haber estado varado en una isla desierta desde las vísperas de fin de año del 2019; si ese náufrago encallado en esos “lejanísimos tiempos” de hace seis meses atrás nos rogara lo pusiéramos al tanto de las novedades del día, ¡cuánto habría para contarle! ¡Y cuán poco nos creería!Porque los sucesos desencadenados por la “tempestad del Coronavirus” van mucho más allá que lo que cualquier noticiero informa, y tienen una trascendencia mayor que la que los intelectuales y analistas de moda pueden darle.
Por empezar habría que comentarle a nuestro malogrado viajero que el mundo al que ha llegado no es ya el de puertas y fronteras abiertas, de libre mercado de productos y flujos de personas y de capitales; que no es ya nuestro ideal el ciudadano-turista mundial, cosmopolita y desarraigado. Por el contrario, estamos ahora anclados a nuestras casas, recogidos –bajo la excusa de la cuarentena– en el ámbito familiar y cercano, que había sido desestimado por el mundo moderno. Que la eterna vida de paseo de compras por los centros comerciales, de salidas frívolas y consumos superfluos, pasaba a ser una existencia basada en lo que es necesario, los trabajos esenciales, en lo que precisa la comunidad para sobrevivir y no ya lo que quiere el capricho del individuo aislado y las masas antisociales, antes acostumbradas a chocar con el todo comunitario en pos de imponer sus locuras identitarias, sus tribus urbanas y sus dogmas de género.
Luego habría que explicarle al recién llegado que el mundo ha vuelto a conocer la muerte. Cientos de miles de fallecidos a escala global, media docena de miles en el Perú, y con más de ocho millones de casos de enfermos por la peste, la muerte no es más un accidente que se pueda sufrir, sino algo esencial a todo hombre. Habituarse a convivir con ella pone en su lugar toda la jerarquía de valores y pasiones, que hasta hace poco había estado trastocada con las virtudes morales y espirituales, que deben gobernarnos, por debajo de los impulsos hedonistas y los instintos.
Pero al mismo tiempo que la epidemia, el mundo ha recibido una serie de cataclismos de todo tipo: la caída de las bolsas de valores, el derrumbe del patrón dólar, la guerra por el precio del petróleo que pone en riesgo de quiebra a los grandes jugadores del sistema, el caos social y demográfico, no sólo por los millones de nuevos desempleados, sino por las revueltas en las calles y el estado de salvajismo primitivo que arrecia contra las ciudades, verdaderos centros de encierro modernos sitiados por hordas de vándalos y saqueadores, más propio del cine catástrofe que del paraíso técnico que nos habían prometido.
Todas estas situaciones explosivas deberían ser puestas por escrito, explicarse y analizarse a fondo para servir de guía, no ya a un supuesto marinero inexistente, sino a todos los ciudadanos del mundo hispanoparlante que entramos a esta nueva década de los “locos años 20” verdaderamente a la deriva, como náufragos de un mundo-isla que ya se ha ido y visitantes de una nueva tierra que aún nos espera desconocida.
Con tal motivo he presentado mi obra “La Bomba está armada” a través de Nomos, para que sirva como diario de navegación. Para que los lectores con ansias de adentrarse en lo desconocido tengan las armas necesarias y para que el mundo del mañana, que es cada vez más nuestro hoy, no nos encuentre desprevenidos y nos termine ahogando en su enorme tsunami de caos.
Fuente: MAZZUCCO, Francisco. «Columna de Opinión Internacional (Argentina) del 17.06.2020». Diario La Verdad. Lima, Perú.
CCLN/Sección III.C4 - Prensa y Relaciones Públicas
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