“¿Qué es la nación?” parece una pregunta más o menos banal. Usualmente, uno se apresuraría a responderla sometiendo la cosa misma a los parámetros del método de la disciplina que lo abordará, histórica o conceptualmente. Pero la filosofía tiene sus atajos. Algunos han sugerido tomar como hilo conductor la etimología de una palabra para intentar descubrir en ella las huellas de sentido que podrían develar algo de lo oculto por el solaparse histórico de tantas interpretaciones unas sobre otras. Claro que esto debe tomarse como un acercamiento provisional; por razones de espacio, no podemos hacer mayores precisiones epistemológicas. De todos modos, intentaremos dejar en claro la fértil posibilidad que abre una consideración del tipo.
Tenemos que comenzar por el origen del vocablo latino “natio”, derivado del verbo “nasci” (=nacer), en cuya forma arcaica “gnasci” se refleja claramente la raíz indoeuropea “gen-” (=dar a luz, parir). De ella derivan también las palabras españolas “gen”, “gente”, “gentil”, “genuino”, etc. y, a su vez, del participio de “nasci”, “natus”, viene la palabra “naturaleza”. Esto por un lado. Por el otro, llamaremos la atención respecto del sufijo “-ción” que proviene del “-tio” latino, y que denota la “acción y efecto” de algo. Rápidamente entonces llegamos a la idea de nación como acción y resultado de engendrar, como sinónimo de “concebir” y “nacer”, con lo que se refleja de manera evidente todo el campo semántico de su raíz. Es, entonces, por una determinada acción y efecto de engendrar por la que somos reconocibles por un otro, no como individuo, sino como pertenecientes a un lugar, a una familia o comunidad determinada. Dicho de otro modo, el vocablo “nación” denota nuestra condición de “ser naturales de un lugar o de un pueblo determinado”.
Con esto pareciera que no hemos sino arribado a una obviedad y que habría sido en vano el camino recorrido, si no fuera porque hoy día “el saber”, que es poder, rechaza insistentemente la continuidad y la comunión entre naturaleza e historia, a la par que intenta negar nuestra misma condición material: la participación de nuestro propio cuerpo en la conformación de nuestra identidad personal y comunitaria. Todo lo cual nos lleva a preguntarnos, ¿por qué la proximidad a todo lo natural, y lo natural mismo como concepto, resulta “asqueroso” para nuestro tiempo?
Aquí podríamos ensayar una respuesta desde el diagnóstico de Friedrich Nietzsche: puede tratarse de un rechazo a la vida inscrito en las mismísimas fuentes de la tradición occidental, tanto en “Atenas” como en “Jerusalén”. La mujer y lo femenino en su dimensión natural y engendradora, y por extensión la “reproducción” de lo humano y cuánto hay de instintivo en lo que somos, una unión “pecaminosa” entre hombre y mujer, concita la repulsa de conservadores y progresistas por igual.
El significado de lo que una nación puede ser, descansa entonces en su raíz: en la relación sexual y afectiva entre un hombre y una mujer que se estabiliza gracias a parámetros aprendidos y transmitidos por el saber de generaciones enteras. En ello obra tanto lo innato como lo adquirido, la naturaleza como la cultura. Imponer un manto de piadoso pudor sobre el asunto, para que lo juzgue un sacerdote o el Ministerio de Educación, supone negar la autonomía y el saber que al respecto tiene cada cultura. Por definición, “la acción y efecto de engendrar” lo que somos, la nación, debería poner las instituciones del Estado y la religión a su servicio, e impedir que ocurra lo contrario. No se trata, pues, de que se metan con nuestros hijos, se trata de que se metan con nuestra madre, que por naturaleza es sexuada y es escuela de generaciones: es cultura. Lo que desaparece con el tabú de la sexualidad como instrumento de poder pastoral, por más libertario que se reclame, es la dignidad de la condición natural de ser mujer, y la nación misma, en cuyo vientre y en el de nadie más se engendran los pueblos.
Fuente: MONTENEGRO, Esteban. «Columna de Opinión Internacional (Argentina) del 22.07.2020». Diario La Verdad. Lima, Perú.
CCLN/Sección III.C4 - Prensa y Relaciones Públicas
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