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Foto del escritorRaphael Machado

La "Nueva Normalidad" es una ingeniería social globalista




La pandemia del nuevo coronavirus ha matado a casi 2 millones 800 mil personas en todo el mundo. De ellos, unos 800.000 eran iberoamericanos. Estos números no son nada despreciables, aunque proporcionalmente el Covid-19 todavía está muy por debajo de otras plagas en la historia. Después de todo, con tasas reales de mortalidad por debajo del 1%, el Covid-19 es un grave problema de salud, que debe tomarse en serio, pero no debe recibir los tonos apocalípticos con los que ha sido descrito por los medios de comunicación y por las "autoridades" de los organismos internacionales.


De hecho, ya hemos entrado en nuestro segundo año de pandemia, pero las narrativas de marzo y abril de 2020 ya no tienen el mismo impacto un año después.


Hace un año nos dijeron que un encierro de unos meses sería suficiente para "aplanar la curva" de contagios, lo que evitaría el colapso de los sistemas de salud y nos permitiría ganar tiempo para el desarrollo de vacunas y otras medidas profilácticas contra la infección. Creo que, en ese momento, todas las personas en general lo consideraban razonable y sensato. La idea de que un pequeño sacrificio temporal nos permitiría lograr un bien mayor, tocó los sentidos de solidaridad de la mayoría de la población en todo el mundo.


El principal temor era que el cierre aumentara las quiebras y provocara que el desempleo se disparara, así como que ocasionara la reducción de los ingresos de las familias trabajadoras. Los gobiernos, sin embargo, prometieron ayuda. Ahora, si ese auxilio fue insuficiente en el Primer Mundo, donde todavía vimos a la clase media hundirse aún más, ¿qué podríamos decir sobre el Tercer Mundo?


En el caso brasileño, los pequeños empresarios y emprendedores no pudieron obtener préstamos bancarios a bajo interés. Los bancos cerraron el grifo. Esto significa que, para mantener los negocios funcionando, los pequeños empresarios necesitaron recurrir a prestamistas informales. Los ciudadanos recibieron una pequeña ayuda (aproximadamente el 20% de lo necesario para cubrir todas las necesidades medias) por un período de sólo 6 meses. Mientras tanto, aún así, todo el mundo tenía que pagar alquileres y facturas por electricidad, agua, etc.


Mientras tanto, los medios de comunicación trataron al Covid-19 como si fuera la gripe española.


Ahora, la cuarentena tiene su función sanitaria. Actúa como una medida temporal para que los gobiernos puedan ganar tiempo. En este sentido, como ya comentó el filósofo francés Alain de Benoist, la cuarentena abre una ventana de emergencia en la que el Estado debe levantar hospitales, adquirir suministros hospitalarios, invertir en vacunas y tomar varias otras medidas. Además, y aún más importante, se gana tiempo para limitar los movimientos humanos que, de hecho, marcan la diferencia: la migración y el turismo.


Nada de esto se hizo. En todo el mundo, con la excepción de los países socialistas o autocráticos, se impuso la cuarentena mientras que los sistemas de salud privatizados funcionaban sólo para los ricos, y los sistemas de salud pública precarios durante décadas simplemente no funcionaban.


Sucede que las cuarentenas no hacen que la pandemia deje de existir. Sin embargo, los medios de comunicación insisten en una campaña de infoterrorismo, difundiendo desesperación y desconfianza entre la población, convenciendo a todos de permanecer aislados en sus hogares y confiar única y exclusivamente en los medios de comunicación.


Con esto, además de las quiebras, el desempleo y la destrucción del remanente de clase media que aún existía, fuimos testigos de una paranoia acusatoria respecto del seguimiento de las reglas de distanciamiento social y medidas preventivas de contagio, en la que los vecinos se acusaban entre sí a la policía, los padres regañaban a sus niños, los niños señalaban a los padres, etc.


Las iglesias han sido cerradas y no pueden oficiar ritos religiosos celebrados ininterrumpidamente durante siglos. Las playas y todos los demás espacios públicos están restringidos. Es posible ser arrestado cuando se trata de tomar el sol junto al mar. Pero los autobuses, el metro y los trenes siguen llenos, abarrotados, repletos de los cuerpos de los pobres de la periferia, que todavía tienen que ir a trabajar porque realizan "funciones esenciales", mientras que sus gerentes y jefes se benefician de la holgura del "teletrabajo".


Y lo peor de todo: la población se siente tan acorralada, abandonada y asustada, que aplaude su propio encarcelamiento. Esta llamada "Nueva Normalidad", caballeros, es la fase preparatoria del Gran Reinicio Globalista.


Fuente: MACHADO, Raphael. «Columna de Opinión Internacional (Brasil) del 07.04.2021». Diario La Verdad. Lima, Perú. CCLN/Sección III.C4 - Prensa y Relaciones Públicas

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