Hay dos formas de entender que es la tradición. Hay quienes ven a la tradición como la conservación de tipo museológica de antiguos ritos, usos, prácticas, costumbres, moralidades, principios, etc. Es decir, aquellos que buscan preservar un orden de las cosas de modo que todo permanezca inalterado o petrificado por así decirlo. Este tipo de conservadores retrógrados son de momento un lastre y un obstáculo para el movimiento nacionalista. Algunos incluso adoptan una postura retrógrada alucinando con el retorno de la edad media, el feudalismo, o en su versión criolla, el sistema de encomiendas y castas raciales. Al decir de Mahler, estos “tradicionalistas” prefirieron quedarse con las cenizas y dejaron de alimentar el fuego viviente de la verdadera tradición.
Esta verdadera tradición, por otro lado, está presente en la actividad diaria de los sectores populares de la nación. Benjamín Vicuña Mackenna diría:
“Esa tradición oscura, que se proyecta en la vida de todos los países y de todas las razas cual si fuera su propia sombra, es la historia del pueblo; del pueblo-soldado, del pueblo campesino, del pueblo-guerrillero, del pueblo en fin, rudo e ignorante, pero grande en su creencia, y que, si no es filósofo, es héroe, y que si no es apóstol, es mártir.”
La verdadera tradición no es posible encontrarla en los fetiches seudo medievalistas de las “misas tridentinas” (sabido es, además, que el llamado “tradicionalismo católico” o “lefebrismo” es un fenómeno bastante contemporáneo), sino que está presente en la poca vida de comunidad que hay en los barrios de Santiago, o en la vida diaria de los pueblos en las regiones del interior del país. Hay mucha más tradición en la Vega Central que en todos los museos de historia del país juntos.
Ya vemos que el revolucionario no es enemigo de la tradición, sino de aquellos carcamales que se definen como “tradicionalistas”, estos últimos no son más que fetichistas y en la práctica son conservadores del imperante orden liberal. Cuando hoy alguien me dice que es “conservador”, les pregunto ¿y que quieres conservar?, nunca habrá una respuesta honesta porque en el Chile de hoy no hay casi nada por conservar. El liberalismo se ha encargado de disolver gran parte de lo que otrora tuvo un valor para nuestra comunidad nacional, y aquellas tradiciones que todavía viven, lo hacen a pesar de los manejos de la tan “bien pensante” y cosmopolita oligarquía chilena, la que de vez en cuando, en determinadas ocasiones y de forma paradójica gusta de vestir ropajes “tradicionalistas”. Citando al académico norteamericano Charles Taylor:
“los conservadores de derecha se colocan como defensores de comunidades tradicionales cuando atacan el aborto y la pornografía, pero en sus formas económicas ellos defienden una forma salvaje de iniciativa capitalista, que más que cualquier otra cosa ayudó a disolver comunidades históricas, promovió el atomismo, que no conoce de fronteras o lealtades, y que está dispuesto a cerrar una ciudad minera o derribar un bosque sobre la base de un balance económico.”
El revolucionario, en cambio, recoge lo mejor de la tradición viviente y lo proyecta al futuro, nunca buscando un retorno al pasado, sino que avanza progresando hacia una superación de los viejos lastres y un porvenir de bienestar. Durante la Revolución Francesa, se produjo una remisión y una invocación al pasado republicano de la Antígua Roma, de modo similar esto tuvo eco en la Revolución Bolchevique de Rusia. En consecuencia, el revisionismo de la tradición es un ejemplo claro de lo que llamamos arqueofuturismo, es decir la combinación de elementos arcáicos y futuristas. Esto está hoy presente en Corea del Norte y China, como alguna vez lo estuvo en la URSS, Rumania y Albania, por poner algunos ejemplos.
Más claros aún son los ejemplos de los astros de la tradición popular chilena, Violeta Parra y Víctor Jara, recopiladores y creadores de verdadero arte tradicional y revolucionario, ambos con un profundo sentido patriota y arraigo a la tierra, ambos con sinceras militancias en las causas por la justicia y la rebeldía contra el oligarca. Y ambos, forjadores de su propia tradición que sigue viva hasta nuestros días.
“Quien no puede imaginar el futuro, tampoco puede imaginar el pasado”, diría Mariátegui. Adelantándosenos, el buen Amauta escribió sobre este tema hace aproximadamente un siglo atrás:
“No existe, pues, un conflicto real entre el revolucionario y la tradición, sino para los que conciben la tradición como un museo o una momia. El conflicto es efectivo sólo con el tradicionalismo. Los revolucionarios encarnan la voluntad de la sociedad de no petrificarse en un estadio, de no inmovilizarse en una actitud. A veces la sociedad pierde esta voluntad creadora, paralizada por una sensación de acabamiento o desencanto. Pero entonces se constará, inexorablemente, su envejecimiento y su decadencia.
La tradición de esta época, la están haciendo los que parecen a veces negar, iconoclastas, toda tradición. De ellos, es, por la menos, la parte activa. Sin ellos, la sociedad acusarla el abandono ó la abdicación de la voluntad de vivir renovándose y superándose incesantemente.” (Mariátegui. Heterodoxia de la Tradición).
Fuente: SALAZAR, Carlos. «Columna de Opinión Internacional (Chile) del 24.06.2020». Diario La Verdad. Lima, Perú.
CCLN/Sección III.C4 - Prensa y Relaciones Públicas
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